Durante generaciones y generaciones de alumnos (esto te incluye a ti y a mí), estos han sufrido los problemas que el sistema educativo tradicional lleva consigo (tales como la repetición como método de aprendizaje, la función predicadora del docente, el aprendizaje memorístico, etc). Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo y el avance de las tecnologías de información y comunicación, es posible compartir nuevas técnicas de enseñanza para propulsar una metodología donde el estudiante sea el protagonista, experimentando hacia el conocimiento y el aprendizaje significativo. Una de las técnicas que te permite cambiar el punto de vista desde el que ves la educación sería la de empoderar a los niños.
Empoderar significa literalmente “darle poder a”, lo cual nos dibuja una idea de la metodología que queremos utilizar.
El maestro debe hacer todo lo posible por motivar a sus pupilos y generar el interés del conocimiento dentro de ellos, dejando que sean ellos mismos los que construyan su propio aprendizaje a través de la búsqueda de información, la experimentación con la realidad… siempre dejando que se muevan en una zona donde no pierdan el interés. Cada niño es diferente y, por lo tanto, cada uno tendrá sus gustos y cada tema generará más o menos interés en unos o en otros. Lo primero que debe hacer el maestro es potenciar y motivar la confianza de sus estudiantes, a través de halagos y buenas palabras que generen en el alumno la base de que él mismo tiene buenas capacidades y que el aprendizaje puede ser una actividad divertida.
A partir del empoderamiento del estudiante, este asume más responsabilidades y se siente más partícipe de su propio aprendizaje.
El papel del maestro en este proceso debe estar más en un segundo plano, dejando que el niño investigue y genere por su cuenta, adoptando un papel más de “guía” que el tradicional y monótono “emisor de información”.
El docente clásico se limitaba a escupir la información del libro de texto como si estuviera dando un mitin mientras el niño, atento o no, escuchaba e intentaba entender lo que le estaban explicando. Esto genera que la mayoría de los niños pierda el interés en aprender y que la clase para ellos sea una obligación, lo que a la larga se traducirá como un fracaso escolar. Nuestra misión como educadores es mantener viva la llama del aprendizaje y esto se consigue dándole poder al alumno para decidir qué es lo que quiere aprender y a partir de ahí, potenciar sus puntos fuertes para encauzar su educación. Para ello, desde pequeños debemos proponerles actividades dinámicas que rompan la rutina de las típicas fichas de escuela o las actividades del libro de texto.
Una vez que conseguimos motivar a nuestros estudiantes y dotar a nuestra clase de un ritmo de trabajo donde los niños aprendan por sí mismos, el papel del docente será el de observar y actuar levemente para conducir al estudiante por el camino correcto e incorporar temario con el que el niño trabaje con alegría y entusiasmo. Para esto es importante trabajar con temas transversales y ayudarse de cualquier oportunidad para incorporar nuevos conceptos e información con la que el niño trabaje. A partir de un tema como el de los animales, por ejemplo, el estudiante puede trabajar la búsqueda de información. También en la selección, el resumen, la clasificación de los animales por diferentes características, la exposición, el dibujo de ellos, los ecosistemas, y un largo etcétera donde podemos incorporar actividades de muy diferentes ámbitos para conseguir un aprendizaje significativo y compacto, distinto al actual, donde todo está partido y no se relacionan los conocimientos entre sí.
Este tipo de metodología educativa tiene infinidad de ventajas y en todos los ámbitos, desde el académico hasta el cotidiano. A través de actividades dinámicas, estamos generando un aprendizaje real y constructivo en el alumno, que se da cuenta que además de no aburrirse en clase, está aprendiendo mientras hace cosas divertidas, omitiendo así largos periodos de tiempo intentando memorizar esto o aquello. Esto aparca el sentimiento tan habitual en los niños de aburrimiento y de rechazo a la escuela, con lo que cada mañana se levantarán con más ánimo y ganas de trabajar en el colegio. Además de aprender a aprender, generamos en el alumno ese pensamiento crítico que les ayuda a saber escoger entre material de calidad, a no dejarse engañar en su vida día a día y a tener un pensamiento propio, único, sin seguir las consignas de terceros y contando con una mente independiente y un pensamiento autónomo.
En la actualidad, con toda la información y contrainformación que nos encontramos a diario en internet, este es uno de los valores más importantes que como docentes podemos ayudar a desarrollar en las mentes de nuestros alumnos. Saber diferenciar información real de la falsa, tener opinión propia después de leer un artículo o no dejarse engañar por propaganda son algunos de los problemas con los que la población mundial actual convive en su día a día. Por ello, es de vital importancia formar a los nuevos ciudadanos con unos valores de autosuficiencia y autonomía del pensamiento.
En definitiva, el empoderar a los niños se traduce en darles más protagonismo y poder a la hora de afrontar su aprendizaje. Si tradicionalmente los profesores se dedicaban exclusivamente a emitir su mensaje en el aula y los niños recibían e interpretaban, ahora el papel del docente da un paso hacia atrás para que los estudiantes sean los que a través de la experimentación logren avanzar en su camino educacional. Gracias a esta metodología, los alumnos aprenden a aprender para conseguir un conocimiento significativo, se potencia su pensamiento crítico para que sea capaz de pensar por sí mismo, se produce un cambio en el estado emocional del niño con respecto a la escuela al ser las actividades más dinámicas y participativas y, además, podemos relacionar la teoría escolar con la que trabajan los niños con la realidad que se vive en el momento actual. Si queremos una sociedad mejor, debemos empezar por mejorar nuestra metodología con sistemas como estos.
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